República Checa, Estados Unidos, 2024
Dirección: Robert Eggers
Guión: Robert Eggers basado en la novela Drácula de Bram Stoker. Fotografía: Jarin Blaschke. Producción: Chris Columbus, Eleanor Columbus, Maiden Voyage Pictures, Studio 8 y Birch Hill Road Entertainment. Elenco: Lily-Rose Depp, Bill Skarsgard, Nicholas Hoult, Aaron Taylor-Johnson
Duración: 132 minutos
Ya se sabe que la mejor versión cinematográfica de la novela Drácula de Bram Stoker fue realizada por Friedrich W. Murnau hace 102 años. Por una cuestión de derechos de autor hubo que cambiar el título del libro, y la película resultante tardó en circular por los países anglosajones, pero más de un siglo después sigue siendo un clásico.
El alemán Werner Herzog realizó una aceptable remake en los años setenta, sin alcanzar empero el nivel del original. Con su nombre original y generalmente menos respeto por Stoker, el conde vampiro conoció una abundante descendencia cinematográfica con los rostros del demasiado engominado Bela Lugosi, el brillante Christopher Lee (que lamentablemente se repitió demasiado), un excelente Jack Palance (en la versión televisiva del gran Dan Curtis), un despistado Frank Langella y un redundante Gary Oldman, este último en el lujoso, distinguido fracaso dirigido por Francis Ford Coppola. Ha habido otros Dráculas menores, pero sería ocioso detallarlos a todos.
El director y libretista Robert Eggers sabía que se estaba metiendo en camisa de once varas al encarar una nueva interpretación de un mito demasiado visitado por el cine. Ha optado sobre todo por un virtuoso acabado plástico: su fotografía entra por los ojos, pareciendo casi rodada en blanco y negro aunque no lo esté gracias a la cantidad de escenas con esa paleta de colores mediante la nieve, los vestidos blancos o los reflejos de la luz de la luna en las escenas nocturnas. Cuando no apuesta por la noche se declina por el mar y sus reflejos, el fuego, las pústulas o las ratas. El diseño de producción, ejemplar en su ambientación histórica, complementa la identidad visual de un universo inquietante.
Para Eggers se trató de un proyecto largamente acariciado. A lo largo de diez años intentó llevarlo al cine varias veces y fracasó repetidamente. “Pensé que lo mejor era dedicarme a hacer cosas originales; hacer un “remake” de algo tan famoso podía resulta desagradable”, ha dicho. Sin embargo, tras hacer cosas como La bruja y El faro, finalmente cayó en la tentación.
Afortunadamente. Eggers conoce lo suficiente sobre novela gótica como para saber que estaba corriendo un riesgo mayor en, por los menos, uno de los criterios de su adaptación. De Freud para acá es demasiado conocido que el vampirismo es sexualidad sublimada. Hacerla explícita es una redundancia de la que Coppola no supo cómo librarse (Terence Fisher y su guionista Jimmy Sangster habían sido mucho más sutiles, al menos en su primer Drácula, al enfatizar apenas la mirada brillante de las damas seducidas por Lee).
Eggers se las arregla para impregnar de un magnetismo onírico las escenas de posesión, cargadas de sexualidad. Para ello ayuda la excelente composición de Lily- Rose Depp, hija del famoso Johnny (quien fuera el vampiro Barnabas Collins en Sombras tenebrosas de Tim Burton), pero el resto del elenco no es para despreciar, incluyendo el Vam Helsing de Willem Dafoe, quien curiosamente fuera el conde en la muy libre versión del asunto La sombra del vampiro.